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Posted by - Latinos MediaSyndication -
on - June 12, 2023 -
Filed in - Noticias -
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En la primavera del año 2017 estuve un mes de baja para recuperarme de una cirugía complicada. Ese mes lo pasé en casa de mis padres, en mitad del campo, sin más que hacer que esperar a que terminara la convalecencia. Vi muchas películas, miré mucho por la ventana y también me enganché a Instagram. Pasaba horas mirando la pantalla, saltando de una historia a otra, observando las vidas de gente a la que no conozco, matando el tiempo, intentando sentirme menos solo. Instagram tiene eso, nos genera la ilusión de estar cerca de todo el mundo, en constante contacto y comunicación con los demás, es una ventanita a sus vidas. Todo a través del móvil. Pero en el fondo creo que nos seguimos sintiendo igual de solos.
Una tarde, mientras navegaba por Instagram, vi que Charlie, un chico de 17 años a quien había conocido en un rodaje hacía poco, acababa de empezar a retransmitir en directo y me metí a verlo. Ahí estaba, perfectamente encuadrado en su habitación, recién levantado, tomándose un café y fumando, tranquilo como si no se estuviera grabando, como si no hubiera nadie mirando. Pero lo cierto es que había más gente unida al directo, algunos escribían comentarios y enviaban emojis. Lo estuve observando durante un rato, completamente fascinado. Me parecía increíble que algo tan sencillo, tan cotidiano —y a la vez tan extraño para mí— pudiera mantenerme atrapado de esa forma. Entonces Charlie dijo ‘Yo, Rafa, ¿qué dices, bro?’, me
asusté y salí del directo. Me di cuenta de que había estado mirándolo como quien ve una película o una performance, pero lo cierto es que estaba asistiendo a una porción de la vida de un chaval, que estaba solo, en su habitación, escuchando música, fumando, tomándose el café de la mañana. Sentí pudor y a la vez me quedé con la certeza de que ahí había una película.
De vuelta en Madrid quedé con él y con Gonzalo Herrero, uno de sus mejores amigos y la persona que nos había presentado meses antes, y les conté que quería hacer una película con los dos. Una película que hablaría de la amistad utilizando las redes sociales como vehículo principal de la narración.
Conocí a Gonzalo en 2012, cuando apenas tenía 12 años y actuaba en la obra Materia Prima, de la compañía La Tristura. Unos años después rodamos un videoclip y una pieza corta bajo la firma de Vermut —el sobrenombre bajo el que dirijo junto a Guillermo Benet, mi socio y persona de mayor confianza—. Desde entonces supe que tenía que rodar algo más grande con él.
Durante semanas mantuvimos conversaciones, nos vimos en varias ocasiones, salí con ellos por sus lugares habituales, pero era verano y en verano todo se diluye y se dilata. Yo quería rodar de inmediato, hacer algo libre con un equipo mínimo con un enfoque muy documental, pero esa libertad exige un grado muy alto de compromiso. Gonzalo había suspendido en junio y tenía que estudiar para septiembre; además, se fue al festival Arenal Sound y eso le obligó a pasar el resto del verano encerrado, estudiando. Así que decidí parar, coger aire, y esperar. Y escribí un guión nuevo que hablaba de todo lo que quería hablar utilizando como contexto lo que había sucedido en verano: un joven no puede salir de casa porque está castigado estudiando y solo puede ver el mundo a través de la pantalla de su teléfono móvil sin salir de su habitación mientras su amigo recorre la ciudad a solas en monopatín.
Durante el rodaje de Arenal hubo un momento que para mí fue clave. Fue algo pequeño, aparentemente sin importancia, pero que me hizo entender por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo. Estábamos esperando en el Burger King de Alonso Martínez antes de bajar patinando a Colón y Trozo, un amigo de Charlie, me preguntó: ‘¿para qué estás haciendo esto?’ Y yo lo que entendí fue ‘¿esto a quién le importa?’
Creo que es necesario pasar tiempo con los chavales para poder hablar de ellos. Hay que estar con ellos, hablar con ellos y escucharles. Salir con gente a la que casi doblas en edad, sentarte en una plaza a verles patinar, te coloca frente a tus propios demonios. Por un lado porque te sientes joven, pero ahí sentado te das cuenta de que en realidad ya no lo eres tanto, y por otro porque de repente te da la sensación de que ya no hablamos el mismo idioma. Las palabras son nuevas, las bebidas son nuevas, la música es nueva, la forma de hablarte mientras se escriben con otra persona a la vez a través del teléfono móvil, eso también es nuevo. Sin embargo, si te quedas un rato más, te das cuenta de que quizás haya cosas nuevas que no entiendes, pero en el fondo están hablando de lo mismo de lo que hablabas tú y que las preocupaciones son las mismas. El futuro, el amor, la amistad. Eso no cambia, es universal. Y la gran virtud de eso es que lo entienden ellos, lo entiende la gente de mi generación y también la de mis padres.
Para mí era fundamental hacer una película que hablara sobre gente joven y lo hiciera para ellos, que los amigos de los protagonistas quisieran ver la película, no porque salieran ellos, sino porque se dirigía directamente a ellos. A veces pienso que nuestro cine está condenado a salas marginales, a festivales con más o menos prestigio cuyas salas se llenan casi exclusivamente de gente del sector. Siempre son las mismas caras y yo quería llenar una sala de gente joven.
Hacer cine es difícil. En mi experiencia hay más ratos de sufrimiento que de placer, y vivir de ello es algo prácticamente imposible. Por eso, para mí solo tiene sentido si se hace rodeado de gente con la que quieres estar, en este caso mis amigos, y tratar de disfrutar todo lo posible. Me gusta trabajar con poca gente pero de mucha confianza y, en la medida de lo posible, todos jefes de equipo. Para mí esto es importante porque limita las jerarquías y eso genera un clima más distendido, más libre, donde todo el mundo asume una responsabilidad similar y rema en la misma dirección. Además, al fin y al cabo, Arenal es una película que habla de la amistad, así que solo tenía sentido hacerla con mis amigos.
La entrada Rafa Alberola se publicó primero en Cortosfera.